MI PADRE
POR IKER EGUREN
CAPÍTULO I
Reinosa es
pequeño, solo tiene 11.000 habitantes.
Está en el
valle de Campoo, cerca de la estación de esquí de Alto Campoo. Lo cruzan el río
Ebro y el Ijar.
Tiene dos
parques: el de Fuentes y el de Cupido. También tiene cuatro discotecas, una
biblioteca (con una bibliotecaria muy gruñona), un supermercado, unas treinta
tiendas de alimentación y ¡ochenta bares! Hay dos colegios públicos y uno
privado y, después, un instituto público de enseñanza media (también se hacía el bachillerato allí).
Tiene cuatro
fábricas. Ese era el trabajo más común. Tenía una sirena que anunciaba la
jornada y también avisaba de asuntos graves como un incendio… Te enterabas de
que había algo grave porque la sirena sonaba en mitad de jornada o fuera de
jornada.
Había tres
deportes disponibles: el esquí, el senderismo y entrar en el equipo de fútbol
de allí (el Naval), que era muy difícil.
Las fiestas
que hay son tres: San Mateo, donde hay carrozas modernas de muchas cosas, por
ejemplo de Pokémon, y después están los cabezudos, que son los chavales que
habían hecho las carrozas, que persiguen a los niños con palos, y se celebra el
21 de septiembre. Está también la del Día de Campoo, donde hay carretas de la
vida cotidiana y también hay cabezudos, y se celebra el domingo siguiente a la
fiesta de San Mateo. Por último, está la de San Sebastián, donde hay música y
juegos, -esta última es un poco más sosa-.
En invierno
hacía muchísimo frío y la nieve llegaba hasta casi la cintura. Era eterno y
abominable. En cambio, en verano hacía mucho calor y la gente se bañaba en el
pantano del río Ebro y en más ríos pequeños que había por ahí. También había
fiestas con los santos de cualquiera, había música en los pueblos cercanos, lo
malo es que eran muy cortos, se pasaban rápido.
El futuro
protagonista de esta historia vivirá en un tercer piso grande y antiguo con un
mirador para ver las carretas y las carrozas (bueno, y más cosas). El piso era
muy bonito y tenía muchos adornos preciosos. Tenía tres galerías, una al sur y
dos al norte, pero solo se usaba la del sur porque en las del norte hacía
muchísimo frío. Donde más vida había era en la cocina, porque era la más
calentita, había cinco habitaciones, un baño pequeño en la galería del sur y
dos salas, una en el norte y otra en el sur. La del norte no se usaba por el
frío y, además, la calefacción era de carbón; unos hombres tenían que subir un
montón de carbón para el edificio.
Cuando
nevaba, había carámbanos de hielos en las dos galerías, y si ponías un trapo a
secar por la noche siempre que había una helada, a la mañana siguiente se podía
romper al cogerlo como una hoja de papel, estaba congelado.
La futura
madre ya estaba embarazada de este esperado protagonista.
Un día, en
pleno invierno, exactamente el 22 de febrero de 1962, en la mesa de la cocina
la madre daba a luz a nuestro querido protagonista:
Luis
Enrique, Quique o Kike, para los amigos.
Y aquí,
queridos lectores, empieza la verdadera historia.